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Armas para la propaganda

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Sergio Román Armendáriz

Sergio Román Armendáriz | Miércoles 14 de agosto de 1985
Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C.

El box, esa ceremonia de pausas y puñetazos, nos entusiasma. Hay poesía y plasticidad en la aspereza de los dos gladiadores que pugnan por imponer su dominio.

Allí están, en el cuadrilátero, atentos, en actitud de explosión apenas detenida, con la respiración en suspenso y la piel perlada, cercados por la soledad de los reflectores.

Nos agrada observarlos y asimilar, en ellos, la hipnosis de la fuerza y la seducción de la victoria.

Extraviados dentro del público, animamos al atleta de nuestra simpatía o al que nos atrae por su condición ética y estética.

Ha sido necesaria una dosificación del valor y la astucia para provocar este encuentro, en el cual se contrastará el mérito propio y se arrancará el aplauso ajeno.

Porque, a toda hora y en todo sitio se está peleando, en forma abierta o en forma oculta o con una sabia conjugación de ambas, con la intención de conquistar el Poder (instrumento kafkiano capaz de frenar un país o capaz de impulsarlo al futuro.)

Nos atrevemos a pensar que, en esta lucha, lo prudente sería utilizar, con coherencia y creatividad, una partitura que integre la técnica de la programación, la orquestación de los medios y la modulación de los mensajes.

Una presidencia de la república se puede perder o ganar, no sólo por las artes de la comunicación, sino por una combinación de factores complejísimos. A pesar del pesimismo o del optimismo del ambiente, es saludable cultivar y conservar cierta capacidad de contestación e iniciativa.

En 1965, en Costa Rica, un atractivo "¡Yo también voy con él!" fue decapitado con un seco "¡Yo, no!"" de la oposición. Este contraataque fulminante nos dejó sin una respuesta de mejores megatones o quilates.

Callarnos podría ser útil, siempre y cuando el silencio constituya un paréntesis planeado y no un prejuicio, un paso táctico y no una parálisis.

Mucho dependerá del compás que se imprima, pues ningún candidato danza solo. Por eso, es vital la facultad de escoger los campos del desafio y los sables del duelo. Lo que importa, además, es lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, a tiempo para desordenar el ritmo del rival y obligarlo a batirse en retirada frente a nuestra sistemática embestida.

La beligerancia exhibe varios niveles que reclaman atención simultánea, desde la altura de la lid de las ideas hasta el ballet de los golpes bajos, desde la imaginación hasta el carisma, desde el rumor hasta la declaración de principios y propósitos.

Desafinar es una ruta certera a la derrota.

"En la campaña de 1984 en el Ecuador, el victorioso León Febres Cordero puso fuera del ring al favorito Rodrigo Borja quien, entre otras deficiencias, jamás comprendió en el caso del debate por ejemplo, la naturaleza de la televisión (que a veces sirve de cátedra, pero que -en lo principal- sirve de escenario.)"

Contemplar el ajedrezado juego de los guantes del campeón mientras bordan el castigo perfecto en la mandíbula del adversario, puede ser bello.

Combatir por el poder, es fascinante.