Denuncia cultural: José Ricardo Chaves y los premios nacionales de narrativa (injustamente declarados desiertos)
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"Modifiquemos la composición del jurado y aumentemos la dotación del reconocimiento", SR
Una opinión lejana (Hamlet y los premios nacionales de narrativa)
José Ricardo Chaves (desde México)
Triste paradoja: en un momento en que la narrativa nacional (cuentos y novelas) goza de muy buena salud en términos de diversificación temática y de estrategias discursivas y lingüísticas, de horizontes ideológicos plurales, de existencia de diversas generaciones de escritores, desde los más veteranos como Alberto Cañas y Carmen Naranjo , hasta los jóvenes de nombres inciertos que comienzan a sacar sus primeros libros, de una floreciente producción editorial a pequeña escala y de iniciativa privada, todo esto y más pareciera que a nadie le importa más allá de los propios involucrados, escritores en primer lugar, algunos lectores de universidad y algunos editores sensibles. Para el conjunto del país la literatura no existe más que como adorno en el mejor de los casos, para la sección cultural del periódico (cuando tiene), cinco o seis nombres perdidos entre los nombres que sí importan: los futbolistas, los políticos, las estrellas de cine y televisión. Cuando hay lectores cultos, leen “literatura latinoamericana”, mexicanos, argentinos, chilenos, peruanos, algún español; entre los autores gringos que leen no puede faltar Paul Auster y entre los europeos Saramago o Coetzee. Para los menos cultos hay bestsellers de todo tipo (policiacos, políticos, de vampiros) y para los niños hay Harry Potter, todo esto publicado por unas pocas transnacionales editoriales que imponen gustos, autores y modas.
Escasas literaturas latinoamericanas son tan poco conocidas como la costarricense , tanto para propios como a extraños. Que afuera se la desconozca se entiende por unas ciertas particularidades históricas adversas más que por carencia de méritos, pues autoras como Yolanda Oreamuno o Eunice Odio no tienen nada que envidiarle literariamente a nombres famosos y reconocidos. Que dentro de sus fronteras sus posibles lectores sean ciegos a sus propios autores y obras sí es un problema más serio, vinculado con la educación y la idiosincracia, pues sin duda esto erosiona el sentido de identidad personal y colectiva como ciudadano y como país, pues la literatura es el campo de batalla más íntimo en que una colectividad a través de sus escritores imagina y debate sus fantasmas y problemas, conforma su historia pasada y la que se hace día a día.
Declarar desiertas las categorías de cuento y novela por parte de los jurados de los Premios Nacionales en los dos últimos años, o elegir un título mediocre habiendo otros buenos, es parte de este proceso de invisibilización (¿incivilización?) de la narrativa nacional para y por los lectores, incluidos en este caso los miembros del jurado. ¿Cómo es posible declarar desierta la categoría de novela en 2009 con textos de autores como Rodrigo Soto, Virgilio Mora, Fernando Contreras, Myriam Bustos o Rafael Cuevas, por mencionar sólo unos cuantos, y que son de lo mejor de la producción narrativa de las últimas décadas, o del género de cuento, que tenía en su nómina títulos de gente reconocida como Julieta Pinto hasta novedades interesantísimas como la de Cirus Piedra (ganador del Joven Creación en cuento) y antologías de temáticas novedosas y enriquecedoras como “Posibles futuros”, de ciencia ficción?
¿Cómo fue posible declarar desierta la categoría de cuento en el 2008, año de publicación de libros como los de Virgilio Mora (otra vez) y Louis Ducoudray o de ese excelente cuentario que es “Viajero que huye”, de Uriel Quesada? ¿Cómo fue posible ese mismo año premiar una novela mediocre habiendo textos más importantes como los de Rima de Vallbona, Daniel Gallegos, Marco Retana, Dorelia Barahona o Tatiana Lobo, o uno tan renovador como el de Alexander Obando? ¿Qué pasó, jurados, dónde estaban sus ojos y, sobre todo, sus mentes, su sentido crítico, su visión justa y fina de la dinámica narrativa del país?
Sí, como uno de sus soldados rompo lanzas por la narrativa nacional, por nuestra imaginación literaria, esa loca de la casa –en todo sentido-, y como don Quijote ataco los molinos de la indiferencia y la falta de visión, que mucha sangre, sudor y tinta se han vertido en casi siglo y medio de narrativa tica desde que Manuel Argüello comenzó a escribir en el siglo XIX, seguido después por Gagini y Cardona y Fernández Guardia y todos los que continuarían hasta la actualidad. Siento tener que patear el pastel de la complacencia local que se apresta a la mascarada de la entrega de premios de cultura, mientras ningunea olímpica e inmerecidamente a sus narradores.
Ahora que se viven tiempos de elecciones políticas, bueno harían sus aspirantes a puestos culturosos en revisar los lineamientos de los premios nacionales, sobre todo en lo relativo a la elección de jurados, con la idea de que imperen el conocimiento y la sensibilidad y no el dedo burocrático o el amiguismo.
Lo peor del caso no es el efecto desalentador entre los escritores (figura de por sí marginal) que traen decisiones desacertadas como las de los dos últimos años (aunque el asunto viene de más atrás), sino la mala señal que se da, desde una instancia oficial, a los lectores, de que no hay una literatura costarricense valiosa, que no tienen novelas ni cuentos propios que valgan la pena de ser leídos, mucho menos premiados; que sigan, en el mejor de los casos, leyendo libros de afuera y nada más, porque dentro no hay nada y hay que llenar ese vacío con política, fútbol, baile y televisión.
Algo huele a podrido en Costa Rica, mi querido Hamlet, y no son sus libros.
JOSÉ RICARDO CHAVES
La Nación, CR, 22 de enero, 2010, pág.29A
(texto reenviado por Myriam Bustos Arratia)
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